10/9/10

CARLOS corril DE QUILICURA, TE LLEVAS TANTAS HISTORIAS

No hace mucho, apenas la mitad de un siglo, el viento y la brisa recorrían otro Quilicura.
Un apacible pueblo campesino con luces débiles y lejanas, reposaba en el silencio a las nueve o diez de la noche. Allí cesaba el ruido, apagándose el último motor de alguna vieja micro.
No hace mucho, apenas unos cincuenta años, el canto de los gallos despertaba a los hombres de trabajo y el eco del canto se transmitía de un lugar a otro.
Amanecía en Quilicura.
Se alborotaba el establo y cientos de pajarillos con sus trinos, invadían los álamos y las acacias.
Por los caminos polvorientos del verano, por los mismos caminos barrosos del invierno, Carlos, como tantos hombres de la tierra llevaba sus carretones y caballos. Allí comenzaba como cada día la faena del campo y como cada día, florecía la tierra entregando generosamente sus alimentos, a cada hijo que vivía en este suelo.
Carlos Venegas, hombre solitario, sin el amor del hogar, desprotegido de su padre, con una infancia triste y vulnerada se abrió paso por la vida con este secreto sufrimiento, volcando todo su amor hacia cada uno de sus nueve hijos. Desde muy joven, a los dieciocho años constituyó la familia junto a Leonor Solís que le acompañaría hasta siempre.
Quilicura, en la década de los sesenta, contaba con un pequeño estadio, denominado Estadio Municipal , donde todo ocurría y se trasformaba en el atractivo para los niños, pues entonces muchos merodeaban sus paredes y deambulaban en sus alrededores.
Durante las fiestas de septiembre, se organizaban carreras y se hacían competencias tradicionales de huasos. Todo era natural , porque se trataba de gente campesina que amaba, como Carlos, los animales y la tierra.
Y en este estadio, las competencias incluían las domaduras de potros, el salto del ganso,el palo encebado, destrezas con el lazo, el paso de la muerte, la doma de novillos y muchas otras pruebas que recordarán los niños de ayer.
En la domadura de potros, Carlos Corril, era admirado y aplaudido, pues se necesitaba mucho arrojo, mucha vaalentía para resistir el corcoveo endiablado del caballo. Y allí estaba parte de su vida.
Con los años, con los hijos que crecían, Carlos fue haciendo más y más amigos pues nunca dejó esa vida campesina, no obstante que en torno a él, el tiempo transcurría aprisa, derribándolo todo, trasnformándolo todo, como arrinconando esa vida, en un lugar oculto de un Quilicura que ya no era lo que sus ojos de niño triste, un día miraron.
En las calles de hoy, ya no florecen las azucenas, han desaparecido las lloicas y el ruido de los cascos de los caballos hace mucho que no se escucha.
En su lugar cientos de nuevos vecinos han ido poblando todos los espacios, el aire que respiraban nuestros padres y abuelos lo respiran otros niños que nada o muy poco conocen de la historia de un Carlos corril.
Son los cuasimodistas y los clubes de huasos, los que mantienen viva esa puerta hacia nuestros recuerdos y hacia la tradición, un paréntisis en el caminar entre la nostalgia y el progreso.
Allí pertenecen los hombres como Carlos Venegas y allí se refugian. Por eso, el dolor de uno, es el dolor de todos; la alegría de uno es la alegría de todos: campesinos, huasos,cuasimodistas, corraleros son los amigos de siempre.
El caballo "alazán", tristemente no termina de comprender que su amo, su fiel amo de tantas jornadas, de recorrer calles y callejones ha extinguido sus días, la vida le ha pasado la cuenta, el cigarro casi pegado en sus labios ha hecho su misión y un asma crónico, sin médicos, sin hospitales, sin clínica le ha cerrado el paso al día de mañana.
Carlos Venegas, el corril, quien ultimamente vendía leche por nuestros barrios, se lleva con su deceso, en este mes de junio, los estertores del Quilicura viejo, pero nunca olvidado.
                                         Entrada al cementerio de Quilicura

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